• Chihiro en su casa, abril de 1973 (54 años)

    “Madurar” por Chihiro Iwasaki

    La gente, en especial las mujeres, a menudo consideran que su juventud es el mejor momento de sus vidas, pues la belleza está en su apogeo. Sin embargo, cuando recuerdo mi juventud, no me parece tan maravillosa, lo cual no quiere decir que tuve una infancia particularmente infeliz. Dejando de lado la época de la guerra, tuve lo que debió parecer una juventud feliz y ordinaria. Me divertía mucho tomando lecciones de pintura que me encantaban, disfrutaba de la música y hacía deportes.
    Pero no era consciente de las dificultades de mis padres para proporcionarme ese tipo de vida; simplificaba todo, solucionaba las cosas a la ligera, no me daba cuenta de que ofendía a las personas y me dejaba llevar por la corriente. Reflexionando, mis días de juventud deben de haber sido vergonzosamente frívolos. Por eso no importa cuán bien me haya quedado mi vestido rosa favorito, o cuán dulce me haya visto con mi sombrero con cintas, no deseo volver otra vez a esa época. Y aún más, volver a esa época en que solo pintaba torpes obras, sería como un suicidio.
    Por supuesto, no quiero decir que ahora soy una persona tan maravillosa, pero al menos, creo que ahora soy mejor de lo que era en aquella época. Me ha costado más de veinte años de duro trabajo convertirme en una mejor persona. Sufriendo fracaso tras fracaso, vergüenza tras vergüenza, poco a poco estoy comenzando a comprender de qué se trataba realmente la vida. ¿Por qué querría volver al pasado?
    Envejecer es fácil, pero aprender es difícil. Y es posible que aunque envejezcamos, no aprendamos. Sin embargo, perseverar en la tarea que estamos realizando, progresar paso a paso sin titubear, parece extraño, pero es lo que le da sentido a la vida. Cuando era joven, aun cuando me divertía alegremente, a veces me invadía una sensación de vacío como si una repentina ráfaga atravesara mi corazón. A pesar de que era amada por mis padres, no podía perdonarles las pequeñas fallas que les veía. Ahora las posiciones se invierten, amo a mi hijo con todos sus defectos que son muy parecidos a las míos cuando era joven, me dedico a mi complicado esposo, y deseo hacer todo lo posible por mi madre hemipléjica. Seguramente se debe a que finalmente he madurado y puedo abrirme camino por el mundo con mi esfuerzo. Creo que madurar es aprender a amar a los demás a pesar de las numerosas adversidades.